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Era futbolista y RRPP: dejó todo para convertirse en el chacarero que cuida una de las casas con más historia

Alan hoy vive alejado del centro y de la noche, ahora dedicado a la mítica chacra familiar para “sanar heridas”. Su ambicioso proyecto campestre y su transformación.

De pleno centro a campo adentro. Del cemento a la tierra. Del ruido de la ciudad a la paz de la chacra y de la mítica Casa Amarilla cipoleña. De las luces de los boliches y las fiestas que él mismo organizaba a luz de la luna y las estrellas. De las relaciones públicas y el fútbol, a la soledad y el contacto con la naturaleza. De evitar comprometerse con el emprendimiento familiar a ponérselo al hombro.

La vida de Alan Jacobsen dio un giro sustancial. A los 33 años, el ex jugador y organizador de eventos top se dedica de lleno a trabajar las tierras que heredó en las más de seis hectáreas a 2 kilómetros de la ruta 22 (por la Benigno Gallucci, ex Pasos de Los Libres).

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También a honrar al abuelo Nazareno Pierucci, aquel que llegó a los 18 años solo desde Italia “porque tenía al papá en la guerra y su mamá había muerto de fiebre amarilla”. Y a “sanar las heridas” que le dejaron el más reciente fallecimiento de sus padres.

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Rodeado de gallinas y animales. Así es el día a día del ex futbolista convertido en chacarero. La historia de una casa familiar emblemática.

Rodeado de gallinas y animales. Así es el día a día del ex futbolista convertido en chacarero. La historia de una casa familiar emblemática.

“Al principio no sabía diferenciar entre una planta de manzana y una de pera, para lo único que venía acá era a jugar al fútbol en la canchita de césped natural que teníamos y a la pileta, nunca le di importancia al resto”, reconoce el pujante chacarero a LM Cipolletti rodeado de gallinas, cerdos, perros y caballos.

Finalmente comprendió que ni el fútbol (“llegué a debutar en la Primera local de Cipolletti y jugué en el ascenso italiano”) ni Recursos Humanos de ninguna empresa (estudió esa carrera en Córdoba) le brindarían las oportunidades que obtendría en su propia chacra, además del plus sentimental.

Así, renunció a la vida de “chico bien” y dejó su zona de confort para tomar la posta el único heredero de una de familia tradicional cipoleña que sigue ligado a la agricultura.

Se detiene a propósito delante de una construcción que resalta en el amplio predio rural, la famosa “Casa Amarilla” cipoleña, como esperando que le pregunten por la mítica vivienda. Ante la inquietud de sus interlocutores, explica gustoso: “Fue construida en 1928, está cerca de su centenario. Le pusimos Casa Amarilla porque mi abuelo era fanático de Boca y la pintaba de ese color -el club azul y oro tiene instalaciones deportivas con ese nombre y color-, después cuando falleció mi abuelo se pintó de verde pero hace un tiempo le volvimos a dar su tono original”. Su fiel amigo Apolo también parece escucharlo...

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Alan posa orgulloso en el frente de Casa Amarilla, que está por cumplir 100 años.

Alan posa orgulloso en el frente de Casa Amarilla, que está por cumplir 100 años.

“Al regresar de Córdoba, donde fui a estudiar, no conseguía trabajo en lo mío. A la vez todos los fines de años hacía en paralelo al campo la clásica fiesta La Felice, en La Masía, en el predio Camioneros… Pero le agarré el gustito a esto, me empezó a ir bien”, cuenta y convida un mate en la fría mañana del martes.

La vida le propinó dos duros golpes, uno detrás de otro que aún no logra digerir y que en parte justifican este presente refugiado en ese paraíso natural, alejado de todo.

“En ese proceso mis padres lamentablemente se contagiaron de Covid y quedaron internados en terapia intensiva, con coma inducido. Pudieron salir adelante pero averiados y con secuelas. Hace dos años perdí a mi mamá y luego se fue papá”, lamenta en el momento más emotivo.

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“Entonces me vine a vivir a La Chacra, no quería dejar el lugar vacío, tomé la decisión de hacerme cargo. Era una persona de relaciones de públicas constantes y opté por cambiar el estilo de vida. Ahora me la paso con gallinas, chanchos, empleados rurales”, indica y señala con sus manos levantadas el entorno como para ejemplificar.

“Acá me olvidé de lo que era mi mundo y conecté totalmente con la naturaleza. Antes ni al gimnasio podía ir solo, siempre tenía que estar con alguien. Mis amigos me lo reprochan pero la chacra es así, te absorbe, perdés relación con mucha gente. Conocí otra faceta mía, antes era super relacionable con la gente, ahora necesito estar acá para sanar, estoy construyendo eso”, confiesa tras cosechar unas frutas y dejar un surco con el tractor.

Sin novia ni hijos, no pierde el contacto con su hermano Ariel -52 años, ligado al petróleo como el padre de ambos- ni con sus sobrinos. “Lo mío, actualmente, es la venta y exportación de la manzana y de la pera. Estoy a cargo de todo y administro el personal”, asegura este pequeño productor.

El proyecto a corto plazo del ex futbolista en la chacra

Más allá del día a día al aire libre, Alan tiene un ambicioso desafío campestre por delante. “Estoy con el proyecto a corto plazo para hacer un sector de eventos más privados. Generar un recinto para comer que respete las historias del Alto Valle, donde hacer visitas guiadas, turismo. Estoy empezando a construir los baños, la idea sería tenerlo listo para fin de año”, anticipa.

Luego expone que lo moviliza una emotiva necesidad existencial: “Mi objetivo es ver un hijo, un nieto y un abuelo compartiendo este lugar. Yo que no les di un nieto a mis viejos, quiero devolver un poco eso. Ojalá el día de mañana pueda tener un hijo y disfrutar acá con ellos. Por suerte sí tengo sobrinos a los que les encanta venir a La Chacra, manejan tractores y todo. Cipolletti creció con la agricultura, quiero volver a sentir eso”.

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Y ofrece más detalles de su iniciativa diferente y del espíritu de la misma. “Acá no tenés señal, los niños que vienen se divierten conociendo la naturaleza, eso lo que quiero para el día de mañana, que haya gente escuchando música tranquila, voy a contratar maestras jardineras para juegos de campo, de chacras. Volver a aquellos tiempos”, precisa el primo del Russo Homnan, gloria albinegra, y a la vez hermano de un ex jugador del club en el Nacional B.

“Yo también jugué y llegué al ascenso italiano pero me volví porque extrañaba”, resume este hincha fanático de Cipo y de Boca

La historia de la emblemática chacra y de la casa amarilla cipoleña

“El pionero fue mi abuelo Nazareno Pierucci, quien vino en un barco sólo desde Génova. Su padre había ido a la primera guerra, su madre y su hermano habían fallecido por fiebre amarilla, tenía que tomar la decisión y se vino. Llegó a Buenos Aires, lo entrevistaron como a todo inmigrante, según región que vivías allá lo trasladaban y estuvo en Bahía Banca, en Villa Regina y luego en Cipolletti”, comparte los orígenes de la historia familiar.

“Trabajó con la familia Toschi y le dieron una porción de tierra en la Colonia Marconetti. Pelada, estilo baldío, y la empezó a trabajar con uvas, manzanas, peras y verduras. Conoció a mi abuela materna, Brandina Quadrini, hermana del famoso doctor Quadrini. Formaron familia y tuvieron 6 hijos: Italo, Américo, Mario, Norma Rosa, Alicia María y Miguel Angel. Luego trajo a su padre que había regresado de la guerra con severos problemas psicológicos y también a sus hermanos. Se dedicaron a cosechar peras, manzanas”, amplía con una mezcla de orgullo y nostalgia.

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“Mi mamá, que me tuvo a los 44 años, le compró la parte a sus hermanos. Hace 22 ó 23 años quedamos como dueños absolutos. Siempre era como nuestra casa quinta”, reconstruye el pasado del predio rural denominado Il Giordano.

Allí en la “chacra El Nazareno” donde siempre “se habló italiano” y en la cuál “se hacían las reuniones del club Confluencia que presidió mi abuelo y también la de los inmigrantes”, culmina Alan desde la Chacra, su nuevo lugar en el mundo. Quien te ha visto y quien te ve.

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