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El sodero más querido repasa sus 43 años repartiendo afecto: "Hay mucha gente sola que me espera para charlar"

Se destaca por su compromiso laboral y sensibilidad social. Un repaso por su larga trayectoria en Cipolletti, su vida y las anécdotas. ¿El vino solo o con soda?

Ya no anda con la lapicera azul en la oreja ni la libretita de anotar en la mano. Los tiempos cambiaron pero su compromiso y sentido de la responsabilidad continúan inalterables. Para el histórico sodero José Sáez (63 años), de hecho, no hay jueves santo que valga. Por eso, mientras muchos disfrutan el descanso, él a las 8 ya está arriba del camión de reparto listo para comenzar su extensa jornada laboral por todo Cipolletti.

Esa seriedad laboral, sumado a su calidad humana y sensibilidad social, lo diferencian del resto. “Lo que pasa es que por más que sea feriado la responsabilidad de atender a un cliente está y hay que cumplir. Hasta las 15 le pego, largo el día”, explica sonriente a LMC.

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Unos 70 ó 80 vecinos aguardarán su paso. Algunos con los sifones o bidones en la puerta, otros le dejarán las llaves de su departamento o casa a mano, en una prueba del respeto y la confianza que le tienen. Y no pocos saldrán a su encuentro para “charlar un ratito”.

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José arrancó a repartir sifones a las 8 este jueves. Un sodero muy querido en la ciudad.

José arrancó a repartir sifones a las 8 este jueves. Un sodero muy querido en la ciudad.

“Hay mucha gente sola, abuelos que no tienen con quien conversar y me esperan, incluso a veces me llaman si ando demorado”, reflexiona quien lleva 43 años de intachable trayectoria.

“Uf, pasa volando el tiempo y no nos damos ni cuenta. Te sentás un rato y empezás a analizar el camino transitado. La gente se acostumbra a uno, hay personas grandes para las que quizás soy su única compañía. Y también están las nuevas generaciones que me compran porque ya lo hacían sus padres”, cuenta sobre esa relación de toda la vida y comunión con los clientes, que lo adoran.

El recorrido es el mismo hace años. Su agenda comprende visitar los edificios (Atlas y Cipolletti) lunes y jueves y el resto de los días le toca los barrios Don Bosco, El Manzanar, Milenium y el Piedrabuena. En el trayecto se la pasa “meta bocinazos” saludando tantos amigos que supo cosechar en la calle, en su querida ciudad. Se cruza también con “muchos loquitos” en una ciudad con tránsito agitado pero se lo toma con soda

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Revela que en la actualidad los clientes le piden

Revela que en la actualidad los clientes le piden "más agua que soda".

“Para mí todos los clientes son iguales, más allá de la clase social”, aclara con la humildad de siempre. “Algunos te compran 2 o 3 sifones pero es la excusa para conversar un rato, insisto, veo personas mayores que están muy solas. Así que estaciono y los acompaño un ratito. Gente grande, humilde y buena. Si no le prestás 10 ó 15 minutos de atención no tenés corazón. Están solos, te están esperando con un mate. Si no voy me llaman”, blanquea su gran gesto.

Por más que eso implique que luego tenga que andar a las corridas, multiplicándose en sus funciones solitarias, él hace una pausa y los escucha. “Antes tenía un ayudante, ahora me las arreglo solo. Bajo, atiendo, cobro, hago boleta, me llaman para hacer pedidos. Voy y vengo. Esa es mi rutina con la soda y el agua. Antes repartía más soda, ahora nos quedamos más con el agua, se consume mucho viste que ya de la canilla ni toman porque no sale buena y se complica con los chicos”, acota mientras descarga varios bidones para una clienta que celebra su llegada desde la puerta de su hogar.

Inspira tanta confianza en el pueblo, que admite “algunos que no van a estar me dejan las llaves del departamento, entro, les repongo el agua y me voy”.

La historia de José

La cuenta él mismo. “Yo nací en Cipolletti, donde está el casino actualmente y había una chacra. Mi infancia fue linda, jugaba, no molestábamos a nadie. Laburé mucho tiempo con mi viejo, luego en la época del servicio militar tocó ir dos años a la Marina y cuando volví me fueron a buscar de la fábrica de sodas. Desde entonces no paré hasta hoy en día”, refiere a la empresa Soda Yacopino con la que sostiene un vínculo histórico y amplio sentido de pertenencia.

Formó familia con Verónica y tiene dos hijos: José, que “trabaja en Turismo Patagonia” y Carolina que “estudia psicología”. Aún espera por los nietos: “viste que los pibes de ahora no quieren saber nada, antes éramos padres jóvenes”, tira entre risas.

Destaca el aguante de su compañera de la vida, que le banca tantas horas fuera de casa y ya no se pone celosa... “Se acostumbró a la rutina, cuando me llaman le digo ‘atendé vos si querés’ y me dice con la mejor onda, ‘no, son tus clientas’. Mi familia es lo más importante”.

José supo ser una promesa del fútbol “estuve en Cipolletti y luego en San Martín pero me frenó el servicio militar”. Ahora sus hobbies pasan por “salir a caminar y mirar partidos…”.

La anécdota de los medicamentos y la pandemia

Situaciones cotidianas risueñas recuerda muchas, pero prefiere compartir una que habla a las claras de cómo se brinda por completo con sus clientes.

“Hay viejitos que toman pastillas, entonces íbamos temprano y le decíamos ‘¿abuela se tomó la pastilla, dónde está? Hacíamos un poco de psicólogo y hasta el día de hoy eso sigue así”, revela.

En otro pasaje de la charla, el sodero más querido se emociona al recordar a los que ya no están, como los fallecidos en pandemia. “Una pena grande. Nosotros no paramos y eso que atendíamos hospitales, convivíamos con el riesgo pero había que estar”, señala y vende otro bidón de agua de 20 litros a $ 5.000 y un sifón de soda a $ 1.500”.

¿El vino con soda o solo?

La pregunta del millón se la trasladamos a un experto en soda. Y esta es su respuesta: “El vino se toma puro, el Malbec, más con la calidad de vinos que hay ahora. Antes se estilaban más las damajuanas y esas sí había que bajarlas con sodita”, argumenta y guiña un ojo.

Avisa que de jubilado “pienso seguir trabajando porque no le puedo fallar a mi gente”. Esa que al verlo llegar lo recibe con una sonrisa de oreja a oreja y lo saluda cariñosamente: ¡Hola Don José!

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El sodero que tiene una gran historia y sensibilidad social.

El sodero que tiene una gran historia y sensibilidad social.

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